El Adviento marca el comienzo de nuestro nuevo año litúrgico en la Iglesia Católica. Pero creo que es más que el comienzo de otro ciclo; es un recordatorio para todos de que debemos ser como María para ver la obra de Dios fructificar. Aunque el Adviento nos prepara para la Navidad, es la imagen de María la que sobresale, porque sin su «sí» a Gabriel, el Mensajero de Dios, no hay historia de salvación.
En Lucas 1:42, Isabel alaba a María con las palabras: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre». Este momento es trascendental en la historia de la salvación, y resalta no solo la humildad de María, sino también la profundidad de su fe al aceptar la llamada de Dios. Cuando María responde al mensaje del ángel, no actúa simplemente por deber o miedo. Al contrario, da una respuesta radical, arraigada en la confianza y el amor, a la voluntad divina.
María nos muestra cómo es la verdadera obediencia. Ella no acepta su rol como madre del Salvador como una mera obligación, sino como una sincera cooperación con la gracia de Dios. Su "sí" al plan de Dios no es pasivo ni reticente; es una entrega completa y activa a su voluntad. En este acto, vemos que la obediencia no consiste simplemente en seguir un mandato, sino en entablar una relación de confianza, amor y fe con Dios.
La disposición de María a ser la madre de Jesús no es solo una sumisión a una orden divina, sino una participación consciente y activa en la obra redentora de Dios. Mediante su aceptación, se convierte en el instrumento por el cual la salvación entra al mundo, llevando en sí al mismísimo Hijo de Dios.
Con este ejemplo, María nos enseña que la obediencia no se trata de conformarse, sino de alinearnos con el propósito de Dios para nuestras vidas. Es una respuesta abierta y amorosa a su plan, sin importar cuán difícil o desconocido parezca el camino. El "sí" de María es un modelo para todos nosotros, invitándonos a participar activamente en los planes de Dios, confiando en él como ella lo hizo.
Al aceptar humildemente la voluntad de Dios, María no solo nos dio a Jesús, sino que también continúa guiándonos hacia Él. Su vida demuestra que la obediencia, cuando se basa en el amor y la confianza, se convierte en un acto de profunda colaboración con la gracia de Dios, permitiendo que su salvación fluya a nuestras vidas y al mundo.
La completa obediencia de María a Dios nos invita a reflexionar profundamente sobre nuestra propia disposición para responder a sus llamados en nuestras vidas. Ella confió en Dios sin dudarlo, sin saber la magnitud de los desafíos que enfrentaría. Su "sí" a Dios no fue solo un acto momentáneo, sino un profundo compromiso de seguir su plan, sin importar adónde lo llevara. Esta clase de confianza requiere gran humildad, sometiendo nuestra propia voluntad al propósito superior de Dios.
Al considerar el ejemplo de María, debemos preguntarnos: ¿Podemos confiar en Dios de la misma manera? ¿Podemos aceptar los caminos que Él nos ha preparado, aunque no los comprendamos del todo? Ante las incertidumbres y dificultades de la vida, ¿podemos decir "sí" a Dios con la misma fe y valentía que María? Su disposición a aceptar el plan de Dios para su vida es un desafío y una inspiración para todos nosotros.
Incluso quienes no reconocen plenamente el papel central de María en la fe cristiana se conmueven con su ejemplo. Aunque algunos hermanos y hermanas protestantes no veneren a María, el acto mismo de aceptar a Cristo implica reconocer a la mujer que lo engendró, lo crió y lo crió en la fe. Al venerar a Cristo, honramos, en cierto sentido, a quien hizo posible su vida en la tierra: María, su madre.
El "sí" de María a Dios no solo nos dio a Jesús, sino que también continúa guiándonos hacia Él. Su vida es un faro de luz, mostrándonos el camino de la obediencia, el amor y el servicio. El ejemplo de María no se limita a un solo tiempo o lugar; es un modelo para todo creyente, que nos llama a abrazar la voluntad de Dios con humildad y fe, como ella lo hizo.
Oración: Dios de amor, ayúdame a aceptar tu voluntad en mi vida, especialmente en momentos de angustia y desafíos. Como María, anhelo ser un instrumento de tu gracia y luz. Quiero llevarte en mí, compartiendo tu misericordia y amor con los demás a través de tu Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo. Que mi vida sea un reflejo de tu fidelidad y que siempre camine en obediencia, confianza y amor. Amén.