A CALL TO COMPASSION: LIVING OUT GOD'S LOVE IN OUR DAILY LIVES

UN LLAMADO A LA COMPASIÓN: VIVIR EL AMOR DE DIOS EN NUESTRA VIDA DIARIA

23º Domingo del Tiempo Ordinario

En nueve semanas, completaremos el año eclesiástico. Las lecturas ya empiezan a profetizar la llegada de Cristo, y hoy, en este preciso momento, necesitamos su llegada más que nunca. El mundo está mucho peor que cuando él vino. El mandamiento de amarnos los unos a los otros ha sido quebrantado desde que ascendió al cielo. Isaías (35:4-7) nos recuerda que «el Dios vengador y justo viene a salvaros». Solo necesitamos tener fe y actuar conforme a la ley de Dios y al mandato de Jesús.

Santiago (2:1-5) enfatiza que el amor de Dios no hace distinciones. No debemos distinguir entre cómo tratamos a alguien de alto rango y a un mendigo que se cruza en nuestro camino. Debemos comprender las necesidades de cada persona, incluidas las nuestras. A veces, llevar una botella de agua extra y ofrecérsela puede marcar la diferencia para alguien que tiene sed. Puede ser difícil ayudar económicamente a los pobres o a quienes vemos pidiendo limosna en la calle, pero una sonrisa y un saludo cordial, como "buenos días" o "buenas tardes", son gestos de reconocimiento que no nos cuestan nada.

En el Evangelio (Mt. 4:23), Jesús sana a un sordomudo. Aunque siendo Dios, no necesitó tocarlo para sanarlo, lo hace para mostrar a los discípulos y a los presentes que un gesto de amor y misericordia puede obrar grandes milagros. Hoy somos más cautelosos con el contacto físico y las palabras que puedan resultar ofensivas. Sin embargo, lo que no ofende es sonreír y aceptar a la persona como es, porque todos somos hijos de Dios, y Dios no se equivoca. Todo es perfecto porque Él es perfecto.

Oración: Padre del Universo, te pido perdón por el gesto cruel que tuve con mi hermano o hermana. Perdona mis pensamientos que pudieron haber ofendido a alguien sin que lo supiera. Te doy gracias porque sé que tu Espíritu Santo me guía y me ayuda a ejercitar mis dones de caridad y prudencia. Que la mano de tu Hijo Jesucristo esté siempre dispuesta a levantarme cuando caiga. Te encomiendo mi semana, mi familia y mis conocidos. Amén.

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23er Domingo de Tiempo Ordinario

En nueve semanas terminaremos el año eclesiástico. Las lecturas empiezan ya a profetizar la llegada de Cristo. Y hoy, en este mismo momento, en este segundo, necesitamos más que nada que Él llegue. El mundo está mucho peor de lo que estaba cuando vino por primera vez. El mandamiento de amarnos los unos a los otros se ha roto desde que el subió a los Cielos. Isaías (35:4-7) que el "Dios vengador y justiciero ya viene para salvarlos". Sólo hay que tener fe y actuar de acuerdo a la ley de Dios y el mandato de Jesús.

Santiago (2:1-5) recalca que el amor de Dios no tiene favoritismos. No debemos distinguir entre alguien de alta sociedad y un indigente que se nos atraviesa. Debemos entender la necesidad de cada uno, incluyendo la nuestra. A veces, una botella extra de agua puede marcar la diferencia para alguien que tiene sed. Aunque pueda ser difícil ayudar financieramente a los pobres oa los que vemos en la calle pidiendo dinero, una sonrisa y un saludo cordial, como "buenos días" o "buenas tardes", son gestos de reconocimiento que no nos cuestan nada.

En el Evangelio (Mt. 4:23), Jesús sana a un sordo mudo. Aunque siendo Dios no necesitaba tocarlo, lo hace para mostrar a los discípulos ya los presentes que un gesto físico muestra amor y misericordia y además puede realizar grandes milagros. Hoy en día, somos más cautelosos con el contacto físico y las palabras que podrían sonar ofensivas. Sin embargo, lo que no ofende es sonreír y aceptar a la persona tal como es, porque cada uno es hijo e hija de Dios y Dios no se equivoca. Todo es perfecto porque Él es perfecto.

Oración: Padre del Universo, te pido perdón por el mal gesto que di a mi hermano o hermana. Perdona mis pensamientos que pudieron haber ofendido a alguien sin que lo supieran. Gracias porque sé que tu Santo Espíritu me guía y me ayuda a ejercer mis donaciones de caridad y prudencia. Que la mano de tu Hijo Jesucristo siempre esté dispuesta a levantarme cuando caiga. A ti entrego mi semana, mi familia y mis conocidos. Amén.

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